Me alejaré un poco del ritmo que había establecido en anteriores columnas y ahora les compartiré algunas reflexiones que me han llegado a lo largo de la semana.
¿El libro digital en español debe ser igual que su equivalente en inglés?, creo que hay una cantidad de cuestiones técnicas y de usabilidad que no debemos ignorar al establecer un sistema de lectura para una cantidad indefinida de usuarios, pero también habrá que considerar que son públicos que tienen usos y costumbres muy diferentes. Comenzando por el simple hecho de que un mexicano lee en promedio 1.2 libros al año, podemos pensar en el libro digital como una alternativa para arreglar esa relación que el lector ha decidido terminar con la letra impresa; o bien, como otra idea occidental que funciona únicamente con nuestro vecino de arriba. Habría que considerar los beneficios que traerían al lector (a ver si de una buena vez lo convencemos) para poder lograr una reconciliación, como baja significativa de costo, facilidad de distribución y reducción del espacio físico de almacenamiento.
¿Sería justo seguirlo llamando libro?, si bien por convencionalismo es probable que se haga sin mayor problema, sería justo alejarnos de dicho simbolismo para dejar de una buena vez de pensar que un libro y su equivalente digital sirven para lo mismo.
¿Habrá que seguir usando principios de diseño ‘esqueuomorfo’?, es decir, ¿simular la textura del papel y cómo da vuelta en una pantalla, poner botones de videocasetera en una interfaz de audio, simular objetos reales, con volumen, dentro de un plano bidimensional para que la gente se acostumbre a esta transición?
¿Necesitamos un libro digital?