Cuando tomamos un libro no nos pasamos horas mirándole los bordes y leyendo las tapas tratando de descifrar su utilidad. No esperamos encontrar un manual de instrucciones que nos indique ‘Deslice sus dedos sobre la portada hasta descubrir el contenido al interior del libro’ o ‘Recuerde el orden que siguen las páginas para mejorar su experiencia de lectura’. Pasamos la mayor parte de nuestra vida rodeados por ellos, conocemos su utilidad, sabemos cómo leerlos, pero sobre todo, conocemos sus límites, estamos familiarizados con ellos.
Pero no nos pongamos cómodos, habrá que pensar cómo podríamos definir esos mismos límites en una historia digital, tan enamorada del hipertexto. Me atreveré a plantearlo de la siguiente forma:
Una palabra está formada por letras; una oración, por palabras; un texto, por un número definido de palabras; el hipertexto, por un número infinito de textos.
Tal vez es esta noción del infinito la que nos complica tanto el concebir una historia que es muchas historias. Nosotros estamos familiarizados con los límites del libro físico, pero no tenemos ni una idea de dónde comenzar con su versión digital. Aún no existe tal cosa como un mapa mental de cómo es que debe contarse una historia en un entorno digital. No hay manera de estandarizar la forma en que interactuamos con ellas. A veces tienen instructivos, a veces tutoriales, pero la verdad es que estamos hartos de tratar de aprender tantos gestos e instrucciones diferentes para cada historia. El usuario no debe tener más trabajo del que tenía al tomar un libro y sentarse a leerlo. Pero, ¿de qué manera podemos empezar a concebir los límites del hipertexto?, ¿cómo es que podremos crear una experiencia lo más natural para el usuario?, ¿cómo lograr que la interfaz desaparezca a tal punto que la historia sea lo único relevante?