Cien años de la catrina

Hace más de una semana (deben saber que las columnas se escriben una semana antes de su publicación) tuve la fortuna de leer un pequeño artículo sobre José Guadalupe Posada, quien fue grabador, litógrafo y caricaturista político durante nuestra revolución mexicana. Él es quien sin querer (queriendo) creó un camino por el cual andarían grandes artistas y diseñadores de todo nuestro país, y por quien sin su trabajo habríamos perdido contacto con esa manera gráfica de celebrar a la muerte.

Ahora veo el grabado original de ‘La Calavera Garbancera’ de 1913 y recuerdo tantos carteles, paredes, ofrendas, publicaciones, páginas, libros, etc. que me han acompañado durante toda mi vida con este símbolo de la cultura mexicana. Recuerdo la visión de Vignelli quien declara inútil a un diseñador sin sentido histórico, carente de sentido a un diseño regido por las modas y el tiempo. Miro a la parca tan alegre y pienso en la importancia de crear signos llenos de significado, de ideas y gráficos que sean capaces de mantenerse íntegros con el paso de las décadas.

La aparición de ‘La Calavera Garbancera’ no era más que una denuncia a la gente ‘esnob’ que negaba su sangre indígena, herencia y cultura para aparentar ser europeos y vender Garbanza. Ahora es cuando siento que esa misma catrina llega hasta nosotros cien años después para burlarse de nuestro malinchismo, para recordarnos la muerte que le hemos dado a nuestras tradiciones. Nos recuerda que ella ha sobrevivido aún el paso del tiempo como símbolo, que fue capaz de negar todo lo que no somos para mantenerse de alguna forma íntegra.

Más que un homenaje al trabajo del Maestro Posada y un recuerdo del camino de la gráfica mexicana, es una invitación a quienes hacemos gráfica para recordar de dónde venimos y entender en lo que nos estamos convirtiendo.