En mi anterior columna hablé sobre nuevos modelos de distribución que vienen a establecer un paradigma contemporáneo de acceso inmediato a la información. Próximamente hablaré sobre algunas consecuencias del libro digital: desmaterialización, interacción humano-historia, contexto activo, etc. Pero por ahora dejemos un espacio para hablar de cómo es que las librerías tendrán que confrontar esta nueva manera de distribuir libros y cuál es el espacio que los mismos ocuparán en nuestra cotidianidad.
La llegada de la fotografía no desapareció la pintura, la invención de la televisión no significó la muerte de la radio; tales sucesos no significaron nada más que un serio ajuste a la manera en que cada ecosistema satisface necesidades del ser humano, pero por nada supone la erradicación de su ‘antecesor’ directo.
Los libros físicos seguirán ocupando parte importante de nuestra vida porque, principalmente, tienen algo que los digitales nunca tendrán: materialidad. El hecho de contar con un cuerpo, supone de un medio que el creador debe explotar a su propio beneficio. El aprovechar hacer cortes distintos en el papel, usar texturas, hacer juegos entre páginas, crear toda una experiencia en torno a su naturaleza física, generar una simbiosis entre el contenido y la forma. No basta con hacer libros en el sentido tradicional, porque eso es algo que también puede ser logrado por un lector electrónico (que si bien no es lo mismo, causa mucha confusión).
Por otra parte tenemos a las librerías. Existe una diferencia radical entre comprar un libro en un sitio web o en un espacio físico, y es que en el segundo, se abre la posibilidad de tener interacción verdaderamente humana. Las librerías deberán ser un lugar que aproveche estas interacciones, que su arquitectura se adapte en torno a presentar al libro como objeto simbólico y que invite a los transeúntes a crear una experiencia en torno a, nuevamente, su naturaleza física.
¿Y tú, cómo te imaginas una librería en el futuro?