Han circulado artículos sobre cómo nuestros teléfonos ‘inteligentes’ tienen más capacidad de procesamiento que la computadora del Apollo 11 que nos ‘llevó a la luna’. Solo fue cuestión de tiempo para que alguien notara que usamos esa misma capacidad para aventar pájaros ‘enojados’ a edificios llenos de cerdos; incluso que tenemos más posibilidades de comunicarnos que las que tenía el presidente de Estados Unidos hace dos décadas.
Los recursos con los que hoy en día podríamos instituir un estudio de televisión, de audio, un periódico o incluso una organización, son mínimos. Cualquiera de nosotros podría transmitir más información en unas horas que una ciudad hace no más de medio siglo. Con tantas posibilidades sería obvio creer que es inminente otro renacimiento del pensamiento y la capacidad humana, ¿pero dónde quedaron los todos los casos de éxito, las mentes brillantes que estrujaron estos medios, todas las oportunidades que nos vendieron? La promesa de la tecnología y el internet se quedaron cortas (al igual que el futuro que no pedimos). Llevamos diez años con internet comercial, diez años de economía de la información, seis años de teléfonos inteligentes y por lo menos veinte años tragándonos anuncios de lo que podríamos hacer con todo esto. Si un usuario conoce más del 10% de lo que puede hacer con su celular estaría exagerando, las fotos de viajes con nuestros amigos nunca son como las del comercial y en realidad, pocos son más felices.
Tengo la sincera impresión de que estos medios nos tienen adormilados, que es más fácil recibir que dar, consumir que crear, decir que hacer. No soy ni el primero ni el último en darse cuenta que no nos interesa dar ese otro paso, el entender cuál fue la promesa del internet y por qué es importante usar la tecnología para lo que queremos usarla y no para lo que nos ‘enseñaron’. La tecnología no es algo cerrado (y nunca debió serlo), es algo que empieza y termina con la persona que lo utiliza; no sería nada sin nuestras fotos de gatos, infinidad de teclas oprimidas y videos de diez horas en repetición. La tecnología necesita de más acciones humanas.