Claro está que el internet se ha convertido en uno de los espacios más frecuentados por nosotros los estudiantes. Es un gran ‘lugar’ para conocer, jugar, aprender y sobre todo, interactuar con personas, ideas y situaciones con las que normalmente sería imposible estar en contacto. Nosotros pertenecemos a una generación que ha crecido con todas estas tecnologías y las ha visto evolucionar de tal manera que se nos hace incluso extraña su ausencia.
Nos es bastante cómodo el pasar horas en frente de una pantalla, encontrar algo que nos interesa y compartirlo; nos burlamos de doña Ceci y su versión Ecce Homo de Borja, nos impacta una noticia y comentamos sobre ella, click, drag, y listo, hemos dejado nuestra huella permanente en el internet. Pero, ¿cuántas veces nos ponemos a cuestionar todo lo que consumimos en él?, parece ser que el mismo tipo de razonamiento que nos llevó por años a creer que todo lo que aparece en la televisión es real, ahora está presente en el muro de nuestra novia, de nuestro profesor o de nuestra familia. La verdad es que no sabría cual de los dos es más grave.
Nosotros funcionamos casi siempre por intuición: si es bastante complicado comprender todo lo que pasa en nuestro muro de Facebook, lo es más el ponernos a analizar el contenido de cada una de las publicaciones. Es por esto que creo, firmemente, en que una noticia falsa que se convierte (por error o por virtud) en algo viral, al ser transmitida por medio de una red social se convierte automáticamente en una mentira compartida por muchas personas en las cuales confiamos ciegamente. Digo, después de todo es más sencillo confiar en lo que publica nuestro mejor amigo que en López Dóriga. Sin embargo, el contenido no tiene porqué dejar de pasar por un ojo crítico. No podemos andar por el internet consumiendo información de la misma forma que hemos hecho por décadas, con los ojos bien abiertos y la cabeza cerrada.