Desde hace ya casi cincuenta años, Bruno Munari, artista y diseñador italiano, marcó un precedente sobre la democratización del arte y el establecimiento del diseño como un lubricante entre el romanticismo y el pragmatismo. En su obra, Arte come mestiere (Design as Art), traza y dibuja una imagen del diseñador que permanece vigente hasta hoy, en la que se restablece el contacto perdido entre el arte y el público, entre la gente que vive y el arte como algo que también lo hace.
Para Munari, se ha vuelto necesario demoler el mito del artista ‘maestro’, quien produce obras para un grupo reducido de personas; mientras el arte se separe de problemas actuales, seguirá interesando a pocas personas. La cultura se está convirtiendo en un asunto de las masas, y el artista debe estar listo para bajar de su pedestal y hacer el cartel de la tienda del carnicero (si es que sabe cómo hacerlo). Sin perder su sentido estético, debe responder con humildad y capacidad a las demandas de la gente que le rodea. No debe existir tal cosa como arte separado de la vida, si todo lo que usamos a diario está hecho de arte y no responde a un mero capricho, es entonces cuando podremos decir que hemos encontrado un balance en la manera en que vivimos.
Cualquier persona que use un objeto propiamente diseñado, tiene la sensación de estar ante el trabajo de un artista que ha trabajado por él, que se ha preocupado por sus necesidades y de paso ha mejorado sus condiciones de vida y ha dado pauta a mejorar su concepción del mundo. Si bien al leer el texto de Munari, se confunde constantemente al artista y diseñador como uno mismo, podemos notar una especie de pronóstico optimista que de poco en poco se va desenvolviendo sobre la manera en que interactuamos con nuestra actualidad.